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domingo, 29 de abril de 2012

Volviendo a escribir


Hace años vi una película, de esas que pasan sin llamar la atención pero una sola frase hace que se quede impregnada en la retina del espectador aquel momento. Así fue que Descubriendo a Forrester marcó en mí algo muy especial, especialmente la escena en la que Forrester (interpretado por Sean Connery) le da una máquina de escribir a un estudiante que lo iba a visitar y dialogaba con él. En dicha escena, le dice que escriba lo primero que le viene a la mente y lo que siente, que comience a teclear y que las teclas suenen con fuerza cuando él digite, que se sienta esa con convicción de querer escribir. Así, el joven comienza a escribir sentado frente a una máquina de escribir esas antiguas. El joven a un lado de la mesa y Forrester del otro lado, frente a frente separados por sus armas de redacción Olivetti, en donde Forrester le dice que primero se escribe, luego se revisa y finalmente se dan los condimentos, puesto que en la primera redacción uno expresa lo mejor de sí.

Hace años, me gustaba leer. Esto me lo inculcó mi madre (me incentivaba con chocolates por cada libro que leía), pero dejé de hacerlo por cosas más triviales como el internet o no hacer nada,  perdiendo ese gusto por la lectura, hasta que volví a ver aquella película y volvieron en mí esas ganas de no solo leer, sino también de escribir.

Si tan solo volviera a encontrar aquellos escritos que nunca publiqué y dejé en un mundo virtual de un disco duro que tal vez ya desapareció, aquellas historias tan fantasiosas que mi imaginación creaba (claro que con más de mil errores ortográficos, gramaticales y de redacción, y es que la gramática nunca fue ni será mi fuerte y eso que abogado soy)…

Pero como dicen, siempre hay segundas oportunidades, y es así que este mundo virtual que me quitó las ganas de leer y de escribir, aquellas pasiones que de niño me llenaban de felicidad y es que la calle no era para mí, pero conocía de historia, geografía, literatura, cursos que amaba, que a uno animaban y alimentaban mi imaginación; cual la en mi niñez fue muy buena y prolija, y es que para imaginar aventuras hay que tener una buena y brillante imaginación.

Pero, como afirmaba, este mundo virtual me devolvió lo que me quitó, y con creces. Y es que aquí conocí a una persona muy especial. No me refiero a que me enamoré de esa persona; más bien, se puede decir que es una admiración platónica hacia una niña que, desde que comencé a leer lo que ella publica en su mundo virtual, volvió en mí las ganas de volver a leer y escribir. Esta niña desubicada (así le gusta que la llamen) me volvió a ubicar en aquella ruta que me había alejado. Y es que es tan emocionante y apasionante escribir e inventar historias que comienzan como el hilo de una madeja, que no sabes cuán corto o largo puede ser la madeja e incluso crear un ovillo tan enredado que puede ser una historia sin fin, pero que, si lo deshilvanas, se hace tan exquisito que quieres que nunca termine.

Lastimosamente, mi computadora personal no es una máquina de escribir para escuchar los sonidos de las teclas como los escucho siempre en mi mente de aquel recuerdo en donde cada tecla sonaba con sentimiento, en donde cada palabra se conjugaba, se unía a la siguiente dando fuerza, nexo, formando un camino, creando una historia. Y es que esta escena se convirtió para mí en uno de los mejores momentos, esos especiales que nunca olvidaré y, claro, una película para recomendar, así como recomendar en estas cortas líneas a esa niña desubicada que tiene Twitter, Facebook, un blog y otros medios virtuales para comunicar lo que siente, expresar sus sueños, vivencias, deseos, recuerdos y esas ganas locas por vivir.

Así que, gracias a ella, volveré a este camino. Claro que algunos la querrán matar, puesto que, gracias a ella, tendrán otro bloguero más, el cual les pedirá que lo lean, que opinen y, claro, tal vez lo ignoren, lo bloqueen y demás acciones que hacemos para no ver a alguien en este mundo virtual, pero no importa… Porque dije que iba a escribir, pero nunca dije que iba a publicar lo que escribiría, así soy como el coleccionista de obras que muestra solo sus mejores obras para sus ojos, para apreciar lo magnífico de la belleza y no tener que lucirse de que tiene una obra de arte, rara, bella, exótica, única y ufanarse ante los amigos.

Creo que si todos dedicáramos a leer y a escribir al menos unos cinco minutos al día, no se cuán grande sería nuestra imaginación, nuestro conocimiento, nuestros pensamientos. Y es que a veces escuchamos a los demás hablar y/o recomendando sus blogs, algunos con mucho más tino que otros (otros muy interesantes, otros aburridos), pero se hacen ejes centrales de nuestro pensamiento. Así, forman en nosotros modos de pensar y conceptos, haciéndonos mensajeros de lo que ellos piensan bueno o malo, pero nos convertimos en sí en mensajeros. Hoy, yo soy un mensajero para decir que Alessandra Cavagnaro es una gran escritora, excelente tuitera y una gran chica, aunque no conozco personalmente. Y no es que no quiera, pero prefiero esta distancia para así tenerla en un mundo ideal y virtual, en el cual desde lejos me guía en este mundo de la lectura.

Y, como dije líneas arriba, si leen esta lectura, fue escrita con sentimiento, luego revisada y finalmente se le puso su sello, y esto gracias a la niña desubicada.

Gracias, desubicada.

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