Hace años vi una
película, de esas que pasan sin llamar la atención pero una sola frase hace que
se quede impregnada en la retina del espectador aquel momento. Así fue que Descubriendo a Forrester marcó en mí
algo muy especial, especialmente la escena en la que Forrester (interpretado
por Sean Connery) le da una máquina de escribir a un estudiante que lo iba a
visitar y dialogaba con él. En dicha escena, le dice que escriba lo primero que
le viene a la mente y lo que siente, que comience a teclear y que las teclas
suenen con fuerza cuando él digite, que se sienta esa con convicción de querer
escribir. Así, el joven comienza a escribir sentado frente a una máquina de
escribir esas antiguas. El joven a un lado de la mesa y Forrester del otro
lado, frente a frente separados por sus armas de redacción Olivetti, en donde
Forrester le dice que primero se escribe, luego se revisa y finalmente se dan
los condimentos, puesto que en la primera redacción uno expresa lo
mejor de sí.
Hace años, me gustaba
leer. Esto me lo inculcó mi madre (me incentivaba con chocolates por cada libro
que leía), pero dejé de hacerlo por cosas más triviales como el internet o no
hacer nada, perdiendo ese gusto por la
lectura, hasta que volví a ver aquella película y volvieron en mí esas ganas de
no solo leer, sino también de escribir.
Si tan solo volviera
a encontrar aquellos escritos que nunca publiqué y dejé en un mundo virtual de
un disco duro que tal vez ya desapareció, aquellas historias tan fantasiosas
que mi imaginación creaba (claro que con más de mil errores ortográficos,
gramaticales y de redacción, y es que la gramática nunca fue ni será mi fuerte
y eso que abogado soy)…
Pero como dicen,
siempre hay segundas oportunidades, y es así que este mundo virtual que me quitó
las ganas de leer y de escribir, aquellas pasiones que de niño me llenaban de
felicidad y es que la calle no era para mí, pero conocía de historia,
geografía, literatura, cursos que amaba, que a uno animaban y alimentaban mi
imaginación; cual la en mi niñez fue muy buena y prolija, y es que para
imaginar aventuras hay que tener una buena y brillante imaginación.
Pero, como
afirmaba, este mundo virtual me devolvió lo que me quitó, y con creces. Y es
que aquí conocí a una persona muy especial. No me refiero a que me enamoré de
esa persona; más bien, se puede decir que es una admiración platónica hacia una
niña que, desde que comencé a leer lo que ella publica en su mundo virtual,
volvió en mí las ganas de volver a leer y escribir. Esta niña desubicada (así
le gusta que la llamen) me volvió a ubicar en aquella ruta que me había alejado.
Y es que es tan emocionante y apasionante escribir e inventar historias que
comienzan como el hilo de una madeja, que no sabes cuán corto o largo puede ser
la madeja e incluso crear un ovillo tan enredado que puede ser una historia sin
fin, pero que, si lo deshilvanas, se hace tan exquisito que quieres que nunca
termine.
Lastimosamente,
mi computadora personal no es una máquina de escribir para escuchar los sonidos
de las teclas como los escucho siempre en mi mente de aquel recuerdo en donde
cada tecla sonaba con sentimiento, en donde cada palabra se conjugaba, se unía
a la siguiente dando fuerza, nexo, formando un camino, creando una historia. Y
es que esta escena se convirtió para mí en uno de los mejores momentos, esos
especiales que nunca olvidaré y, claro, una película para recomendar, así como
recomendar en estas cortas líneas a esa niña desubicada que tiene Twitter, Facebook,
un blog y otros medios virtuales para
comunicar lo que siente, expresar sus sueños, vivencias, deseos, recuerdos y
esas ganas locas por vivir.
Así que, gracias
a ella, volveré a este camino. Claro que algunos la querrán matar, puesto que,
gracias a ella, tendrán otro bloguero más, el cual les pedirá que lo lean, que
opinen y, claro, tal vez lo ignoren, lo bloqueen y demás acciones que hacemos
para no ver a alguien en este mundo virtual, pero no importa… Porque dije que
iba a escribir, pero nunca dije que iba a publicar lo que escribiría, así soy
como el coleccionista de obras que muestra solo sus mejores obras para sus
ojos, para apreciar lo magnífico de la belleza y no tener que lucirse de que
tiene una obra de arte, rara, bella, exótica, única y ufanarse ante los amigos.
Creo que si
todos dedicáramos a leer y a escribir al menos unos cinco minutos al día, no se
cuán grande sería nuestra imaginación, nuestro conocimiento, nuestros
pensamientos. Y es que a veces escuchamos a los demás hablar y/o recomendando
sus blogs, algunos con mucho más tino
que otros (otros muy interesantes, otros aburridos), pero se hacen ejes
centrales de nuestro pensamiento. Así, forman en nosotros modos de pensar y
conceptos, haciéndonos mensajeros de lo que ellos piensan bueno o malo, pero
nos convertimos en sí en mensajeros. Hoy, yo soy un mensajero para decir que
Alessandra Cavagnaro es una gran escritora, excelente tuitera y una gran chica,
aunque no conozco personalmente. Y no es que no quiera, pero prefiero esta
distancia para así tenerla en un mundo ideal y virtual, en el cual desde lejos
me guía en este mundo de la lectura.
Y, como dije
líneas arriba, si leen esta lectura, fue escrita con sentimiento, luego
revisada y finalmente se le puso su sello, y esto gracias a la niña desubicada.
Gracias,
desubicada.
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